jueves, noviembre 26, 2009

El nuevo continente - Lourdes Rodríguez

De revista Freeway http://www.freeway.com.uy/revista/1258_El-nuevo-continente---Lourdes-Rodriguez//

El software libre no es un fin en sí mismo. El fin es la soberanía informática. El conocimiento libre. El conocimiento como bien común. La transformación económica y social. No es pura utopía. El primer continente socialista ya está creado. Está en el ciberespacio. Es virtual.

Me costó decidir entre tomar la píldora roja o la azul. Al principio las vi del mismo color, o casi, y cuando quise volver atrás pude comprobar la profundidad de la madriguera del conejo. Pero en realidad no había conejo y tampoco retorno. En esta historia hay un ñu y un pingüino. Y el tan ansiado cambio está en nuestras manos.

En el año 1984, el del vaticinio orwelliano, el programador neoyorquino Richard Stallman se puso furioso. La ristra de ceros y unos que conforman un “código fuente” que hacía (y hace) funcionar los sistemas operativos se convirtió (y aún lo sigue siendo) en secreto de las empresas desarrolladoras de software. La apropiación de ese conocimiento, más allá de las licencias. El poder de decidir qué hacer con él, cuándo y cómo. En qué máquinas sí y en cuáles no. La dependencia de los usuarios, dependencia inadvertida porque lo que se ofrece es tan práctico, cómodo y placentero... La falta de garantías en la seguridad y la privacidad en el uso del sistema. La incertidumbre de qué hacen o cómo usan la información de cada usuario.

Stallman creó la Free Software Foundation (Fundación de Software Libre). Anunció sus intenciones de crear un sistema de código abierto basándose en otro de código cerrado llamado Unix. Programó así un conjunto de herramientas (software) que con sarcasmo denominó GNU (“GNU is Not Unix”). Y para asegurar el libre uso por parte de sus usuarios lo declaró como copyflet (copia permitida) -en oposición al copyright (derecho de copia)- en una Licencia Pública General, conocida como GPL. Pero le faltaba un pequeño gran detalle funcional: el núcleo, o kernel.

A todo esto, el año 1991, el de la caída del muro de Berlín, de la reunificación de las dos Alemanias, de la disolución de la Unión Soviética, del fin del Pacto de Varsovia y la Guerra Fría, fue el año del principio de un continente virtual de bienes públicos. Un joven ingeniero de software finlandés, Linus Torvalds, llegó al núcleo. Al kernel. La pieza que le faltaba al GNU de Stallman. La llamó Linux. Estaba basada en el sistema operativo Minix (un clon de Unix: digamos, el mismo perro con un collar copiado). Liberó el código y lo lanzó bajo la Licencia Pública General, GPL. Así nació GNU/Linux. Software libre.

Ah.. El ñu y el pingüino. Tanto Stallman como Torvalds representaron sus trabajos con animales. Stallman entiende que GNU en español se pronuncia como “ñu”, e ilustró su trabajo con el antílope africano. (Sí, es cierto, es más fácil pronunciar “ge-ene-u”.) A Linus simplemente le pareció simpático asociar su trabajo con un pingüino, que bautizó Tux. Parece que de niño le picó uno, y le gustó la idea. Y tá.

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¿Cómo el sistema operativo GNU/Linux puede superar al de Windows, monopolio de Microsoft, si siempre revela su receta? Ese no es el punto. ¿Para qué voy a cambiar mi sistema operativo si el que uso no me da problemas? Si es cómodo, práctico. Si tiene todo lo que necesito. Además me dijeron que en Linux no funcionan todos los programas. Que tiene sus limitaciones. Bueno� Windows tiene las suyas. El software libre que ofrece GNU/Linux en sus diferentes variables, como Ubuntu, en este momento te permite navegar en forma más segura. Sin antivirus. Te podés ver una porno sin tener que ocuparte de atajar a los troyanos. Pero, ¿saben qué? Éste tampoco es exactamente el punto. La elección de utilizar un sistema de código abierto no es una cuestión técnica. Es una cuestión filosófica.

Entre las empresas siempre es más elegante hablar de código abierto que de software libre. Es más amigable hablar de código abierto que de soberanía tecnológica. O de sistema social ético. O de bien común. Bu. Es que “libre” no significa gratuidad. Significa libertad. Free. Es una cuestión de libertades individuales, no de precio. No de costos monetarios. Significa que los usuarios de software libre tienen cuatro libertades esenciales.
Libertad cero: ejecutar el programa.
Libertad uno: estudiar cómo funciona, cambiarlo y adaptarlo a las necesidades de cada uno.
Libertad dos: compartirlo, distribuyendo copias exactas del programa a quien lo necesite.
Libertad tres: mejorar el programa y hacer públicas las mejoras. Modificar, copiar y distribuir legalmente. Tres cosas tres que un sistema operativo de código cerrado, no permite.

Con código cerrado tenemos libertad cero. No todos somos ingenieros de software o programadores. Pero el código fuente de cualquier software libre siempre será de dominio público. Nunca estará, como está el de Windows (por ejemplo) bajo el control de Bill Gates y un par de señores más. Ni siquiera está en manos de sus programadores. El conocimiento público siempre es una garantía. El software libre, es libre porque, justamente, el control es de los usuarios. Y eso está garantizado por la Licencia Pública General, GPL. Aunque la mayoría de nosotros no sepamos cómo modificar un programa lo podemos bajar, copiar y pasárselo a un amigo de forma legal. Sin convertirnos en piratas. Sin convertirnos en ladrones por compartir. Compartimos una receta de cocina o un libro. Eso nos convierte en buenos amigos. Si compartimos Microsoft Office, somos ladrones. Si no lo compartimos, somos egoístas. Esas son las dos opciones que nos dejan los sistemas de código cerrado. De software no libre.

En el principio fueron el hombre y la mujer. Y en el principio eran libres. Corrían tranquilamente en cueros por el paraíso. En el principio también fue el código fuente. Y en el principio era libre. Corría tranquilamente entre los programadores. Estaba al alcance de todos y todas. Hasta que un día las empresas lo cerraron. Por eso Stallman -quien, por supuesto, tampoco corría en cueros- se puso furioso. Porque el conocimiento dejó de ser un bien público y pasó a tener un precio.

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Actualmente se calcula que el 95% de los usuarios utilizan Windows, de Microsoft. Un monopolio industrial. Pero podemos desplazarlo. Podemos rechazarlo. Podemos decir no a una cara del capitalismo. En sus narices. Podemos dejar de ceder nuestra libertad a un software privativo. A una dependencia económica y científica. A la apropiación del conocimiento. A la privatización del conocimiento. A la represión de los usuarios. Podemos optar por un mercado libre de servicios, sin monopolios. Por sistemas operativos de códigos abiertos. Por software libre. Por GNU/Linux o cualquiera de sus variantes.

Windows no es un bicho peludo. Windows es tecnología. El punto es cómo se otorga su acceso. Un cuchillo es tecnología. Y un cuchillo no es malo en sí mismo. Depende lo que con él se haga. Claro que puede resultar trabajoso migrar a otro sistema. Y además, todo cambio es naturalmente resistido. Pero es parte del juego capitalista. Consumista. Del hedonismo postmoderno. Hedonismo que nos convierte en ignorantes. Estrujándonos en la caverna platónica. Pero las cerraduras de nuestras ataduras están ahora sin llave. Sí, al principio encandila. Porque hay que aprender nuevas funcionalidades. Enfrentarte a un procesador de texto diferente. A otros programas diferentes. Pero no es para tanto.

El software libre no es un fin en sí mismo. El fin es la soberanía informática. El conocimiento libre. El conocimiento como bien común. La transformación económica y social. No es pura utopía. El primer continente socialista ya está creado. Está en el ciberespacio. Es virtual. Y hay lugar para todos los seres humanos. Puede ser una decisión de Estado. Eso sería sano y recomendable. Pero, antes, es una decisión personal. Ideológica, no tecnológica.