Conocí a Beto y Débora en el año 2002, creo, puede que haya sido en 2003. En ese entonces yo formaba parte de Z Net y tanto Beto como Débora, que en ese entonces llevaban alrededor de 60 años juntos, eran los principales responsables de la edición de una pequeña y muy linda revista llamada Opción Libertaria (OL). Considerando que parte del contenido de Z Net les podía ser de utilidad en la revista los contacté para pasarles algunos artículos y charlar un rato. Hablé con Débora, me invitó a que fuera a su casa el sábado siguiente. Hacia poco alguien les había cambiado la contraseña de la casilla electrónica de OL y ya no podían ingresar, por lo que Débora andaba con cierto miedo, al punto de que unos días antes de mi visita llamó a una amiga en común para que le diera mi descripción física. Llegó el sábado y a la hora pactada estaba pasando por el portoncito de la entrada de la casa, eludiendo la cantidad de plantas de su cuidado jardín. Toqué el timbre y rápidamente apareció Débora, en ese entonces con 80 y pico de años, unos hermosos ojos azules, y unas cuantas arrugas de una vida intensa como la de pocos. Me presenté y ella me respondió con un “ahhh, pero con esa carita yo te abría igual!”, la ternura de su reacción me compró de inmediato. Débora era una de esas personas raras, que combinan ternura y fuerza en niveles altísimos, y que van contagiando por todos lados esa ternura y esa fuerza. Luego de ese primer encuentro, se fueron repitiendo los sábados de largas charlas, que en gran parte se convertían en monólogos (especialmente por parte de Beto, no tanto Débora), monólogos sumamente disfrutables. Charlas en las que constantemente evidenciaban su amor hacia el ser humano, su “humanismo libertario”, que se engrandecía al conocer la oscura perspectiva que tenían del devenir del planeta. Charlas que motivaban a hacer, charlas en las que transmitían y contagiaban esa fuerza que los llevó a dedicar sus vidas a realizar su sueño de un mundo justo.
Es difícil entender esa capacidad que tenía Débora para siempre poder transmitir fuerza y ternura, a pesar de su visión pesimista/realista del mundo y la “desnaturalización” del ser humano, a pesar de sus quebrantos de salud. Aprender computación para poder mandarle mails a sus amigos y familiares en el exterior, mantener activa la biblioteca Luce Fabbri, Débora siempre tenía proyectos por realizar. Su último gran proyecto fue su libro de poemas, “Algunos bienes que algún día tuve”, y como fiel reflejo de su espíritu incansable, con 86 años a cuestas presentó el libro en la noche anterior a que fuera operada de cáncer por última vez. Luego de esa operación su salud decayó, hasta fallecer el pasado 16 de mayo. La noticia fue difícil de tragar, esas noticias que uno sabe cercanas pero que cuando llegan lamenta que haya sido tan pronto, lamenta no haber hecho una visita más, haberle cocinado alguna otra tarde, haberla visto enojarse otra vez con Beto por extenderse en sus monólogos.
Era deseo de Débora ser cremada y que sus cenizas se enterraran bajo un árbol, se eligió hacerlo en el día de hoy, domingo 7 de junio, a un día del que hubiera sido su cumpleaños número 87. El pasado viernes Beto me llama por teléfono, me dice que desde Holanda unos amigos y familiares le pidieron que alguien registrara la ceremonia, para desde la distancia sentirse un poco más cerca. Obviamente que no dudé en decirle que sí, aunque en un principio no pensaba ir con la cámara, pero hice a un lado el desafío y cargué con la cámara a registrar el último adiós a Débora. Sabía que no iba a ser una tarea sencilla, quería mucho a Débora, y mientras que todos iban a estar despidiendo sus restos yo iba a estar detrás de mi cámara, atento a los cambios de la luz, a los gestos de Beto, a poder transmitir con imágenes lo que estaba pasando. Y así fue, fotos difíciles.
domingo, junio 07, 2009
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