lunes, diciembre 11, 2006

10/12 Día Internacional de los DDHH


En el día internacional de los Derechos Humanos la organización Madres y Familiares de Uruguayos/as Detenidos Desaparecidos realizó un acto en el memorial de los desaparecidos. El breve acto contó con la presencia de músicos invitados, Daniel Viglietti, Fernando Cabrera y la murga La Mojigata musicalizaron el evento. En la proclama leida la organización recordó que "sin verdad no existe la justicia" y se declaró a favor de la anulación de la Ley de Impunidad. Más fotos en http://rebelarte.ourproject.org

domingo, octubre 01, 2006

Cooperativa de Clasificadores "Juan Cacharpa"

Videito que editamos con un amigo, sobre una cooperativa de clasificadores de la cruz de carrasco, Montevideo.

martes, julio 18, 2006

Canciones de Darnauchans


Este viernes y sábado en la sala Zitarrosa se realizarán dos conciertos en beneficio de un grande de la música popular Uruguaya, Eduardo Darnauchans. Canciones de Darnauchans es el nombre del evento por el cual notables músicos uruguayos interpretaran temas del Darno, toda la recaudación del evento se destinará a su recuperación, ya que está pasando por un delicado momento económico y de salud.

El viernes participarán: Buitres, Fernando Cabrera, Rossana Taddei, Sylvia Meyer, Mauricio Ubal, Jorge Schellemberg

El sábado lo harán: Malena Muyala, Galemire-Ulivi; Shyra Panzardo, Alejandro Ferradás, Walter Bordoni, Larbanois&Carrero, Estela Magnone

Es una muy buena oportunidad para ayudar a un músico excelente, de esos que jamás erran una sola nota, y un compositor de un nivel tal que puede referirse a la revolución de la siguiente manera:

Épica

Andarás por algún lado
dándole sentido al aire y a las cosas
justificando la ruta
de los helicópteros y las palomas

Irás como de costumbre
en un delirio de abedules y palmeras
restituyendo a la luna
sus antiguas llanuras su color de estrella.

Ordenarás tu cabello
dibujando lágrimas entre las ruinas
de los silencios del mármol
despejaste los números de tu sonrisa

Amiga de los ciclistas
de los locos de los osos hormigueros
de los mozos de los mares
de los sueños del liquen en los ventisqueros.

sin ti no hay canción posible
ni respira el día sus mejores vientos
y algo con un algo triste
se me posa en los labios y me da el silencio

Vas quemándome las dudas
vienes encendiéndome las esperanzas
y te duermes en mi cama
y amaneces despierta es tuya la mañana.

E.Darnauchans

Foto: concierto de Darnauchans en la sala Zitarrosa, año 2005.

jueves, junio 22, 2006

Camino conjunto

Hace prácticamente un siglo, un filósofo vasco, Arturo Campión decía lo siguiente:

"Si yo me propongo ir a Andoain y otra persona se propone no pasar de Hernani, ¿por qué no hemos de caminar juntos? ¿Será racional que yo le pegue unos bastonazos porque la jornada de ella es más corta que la mía? Ahora, si racionalmente puedo sospechar que el acompañante acaricia el propósito de impedirme llegar a Andoaín, o desvalijarme en el camino, deberé de rehusar compañía, y si esto no fuese ya posible, espiar todos sus movimientos, y al primero sospechoso, romperle las costillas."














Como tantas máximas y pensamientos magistrales, Campión resume en una situación imaginaria muy simple algo que es extremadamente complejo y que desgraciadamente muchas organizaciones sociales/ambientalistas/sindicalistas de Uruguay (imagino que en otros países debe pasar lo mismo) no comprenden o simplemente no les interesa tomar en cuenta. Cuando dos o más organizaciones/personas tienen una preocupación en común cada una probablemente opte por un objetivo a alcanzar que, a su entender, solucionará tal preocupación, lo mismo ocurrirá con los métodos por los cuales alcanzar tal objetivo. Yo creo que el ejemplo de Andoaín y Hernani se puede ver tanto en las diferencias de objetivos como en las diferencias en los métodos. Un claro ejemplo de cómo se puede hacer el camino juntos cuando existen diferencias en los métodos adoptados se ve en lo que decía Zelmar Michelini en un discurso de 1971 hablando sobre la resistencia a la dictadura (citado en un post anterior):

"....cada cual eligió el camino de acuerdo a sus posibilidades y de acuerdo a su pensamiento. Y hubo otro grupo de hombres y de mujeres, con los cuales nosotros no estamos de acuerdo, que eligió otro camino y pensó que al gobierno que imponía la violencia y mataba solo se le enfrentaba con las armas en la mano. Nosotros tenemos la actitud pacífica y elegimos las elecciones y el camino de las urnas, pero otros hombres y otras mujeres tan uruguayos como nosotros que han sufrido mucho y que han ofrendado sus vidas entendieron que el camino era otro. No compartimos esa manera de pensar pero nadie nos arrancará una palabra de condena a los hombres que pensaron que ese era el camino”

Es una actitud de supervivencia, de juntar fuerzas, de unirse -en forma temporaria- ante la preocupación conjunta, ante el enemigo en común.

Pero bueno, qué más decir, así nos va!


Foto de la vuelta ciclista, tomada desde el balcón de casa.

jueves, abril 13, 2006

El cristianismo subvierte la religión


A pesar de ser ateo creo que éste texto de Perez Aguirre está muy bueno.

Los cristianos seguimos enfrentados a un monumental desafío:
mientras que el Dios crucificado subvirtió y desestabilizó los
anquilosados mecanismos de dominación (política y religiosa), el
Dios metafísico y de los poderes naturales volvió a ser entronizado
en conciencias recomponiendo la trama de las dominaciones, de la
cual está confeccionado el tejido de nuestra historia. La fe en el Dios
crucificado nos debería liberar de las religiones, producto del hombre.
Más aún, nos debería capacitar para acoger, reescribiéndolas
con un nuevo lenguaje, las clásicas objeciones antiteístas levantadas
por los maestros de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud, que
nos hicieron un favor al liquidar a Dios como mero reflejo de una
sociedad dividida injustamente en clases, del resentimiento y del
sentimiento de culpa.

Pero para poder acceder a esta liberación y vivir en paz esa fe en
el Dios de Jesús, los cristianos deben asumir la condición de despojarse
de todo atributo de poder y deben ser capaces de estar en el
mundo sin la etiqueta religiosa, como se afirmaba en la antigua
Carta a Diogneto de los primeros siglos: “El cristiano no se distingue
de los otros hombres”.

La etiqueta de religioso les debería pesar a los cristianos. Nos
debería alegrar el saber que los primeros que creyeron en Cristo la
ignoraban. El mismo y hermoso término de “cristiano” fue inventado
en Antioquía por los burócratas y los militares romanos que para
cumplir con su misión de mantener el orden público tenían necesidad
de identificar de alguna manera a unas comunidades contestatarias,
verdadero peligro para el mantenimiento de unas reglas de la
sociedad...

Deberíamos haber entendido a esta altura de la historia que Jesús
de Nazaret no pretendió añadir una nueva religión a las otras,
sino que por el contrario quiso liquidar todas las barreras que se
interponen para que el hombre sea hermano de otro hombre, y principalmente
del más diferente y despreciado o marginado. En la cruz
Jesús perdió todas las etiquetas y calificativos: se despojó de todo,
no era más ni de raza semita, ni hebreo, ni hijo de David. Se volvió
universal. Así nació una realidad sagrada verdaderamente universal
que contrasta y lucha a muerte con el endurecimiento de las
religiones, la intolerancia de las sectas, el integrismo de algunas
corrientes musulmanas, o el neointegrismo latente en muchos sectores
de la Iglesia Católica.

Para no ir más lejos, a comienzos de este siglo se conoció un
integrismo católico que era la supervivencia de un tiempo de cris8
tiandad y que pretendió enfrentar el modernismo, mientras otros
hacían el esfuerzo, con enorme retraso histórico, de ir al encuentro
de la modernidad. Hoy, cuando estamos pisando lo posmoderno, el
neointegrismo se presenta como doblemente anacrónico. En primer
lugar, porque el problema de la modernidad ya pasó. Y en segundo
lugar, porque no hay nada por restaurar, sino que está todo por
construirse en el nuevo mundo que nace. El integrismo es un espasmo
defensivo de los que temen despojarse de los signos de poder
y de dominación (tentación de todas las religiones) para ponerse al
servicio del hombre nuevo y del mundo nuevo.

La fe cristiana tiene una particularidad y una originalidad que
invade toda la praxis humana del creyente de una manera paradójica.
Ya es algo extraordinario que esa fe equipare los deberes que
tiene el hombre con Dios, con lo Absoluto, a los que tiene con los
demás seres humanos, sus semejantes. Jesús dejará como testamento
un solo mandamiento, una sola orientación básica para la
praxis del creyente: “Este es mi mandamiento: que se quieran entre
ustedes como yo los he querido” (Jn 15, 12). Y nos deja una única
revelación sorprendente, una clave que sintetiza todo su mensaje:
“Dios es amor” (1 Jn 4, 8 y 16). Esto es una bomba de tiempo en
medio de la cultura griega imperante, que definía a Dios como un
principio infinito e inaccesible, inmutable e impasible.

En medio de una cultura fuertemente religiosa, Jesús introduce
como una suerte de “materialismo”, una desconfianza por toda pretendida
idealización que no se concrete en un amor real y práctico.
Hay dos mandamientos, pero uno es la medida, el criterio del otro.
“Si alguien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un
mentiroso. Porque quien no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo
podrá amar a Dios a quien no ve? (1 Jn 4, 20).

Esta concepción revolucionaria de la fe cristiana hizo que durante
siglos el mundo religioso del Imperio Romano considerara al cristianismo
no como una religión más, sino como a la no religión, como
a un larvado ateísmo. Y en rigor de verdad, no se equivocaba. Porque
el cristianismo no encaja en la definición de religión. Más bien
la subvierte. Partiendo de una concepción muy particular de la Divinidad,
absolutiza al hombre.

Si convenimos, con Robert Bellah, que “la religión es un conjunto
de formas y acciones simbólicas que refieren al hombre a los
condicionantes últimos de su existencia”, podemos entender que el
cristianismo significó una revolución total del universo religioso, y
que si tiene alguna similitud con él es sólo aparente y externa. Si
queremos hablar con propiedad, y desde un conocimiento del cris9
tianismo que haga justicia a la revelación de Jesús, tenemos que
aceptar que el cristianismo no es religión, ni sus actitudes religiosas.
Juan Luis Segundo hace la prueba con una definición más completa:
la de André Lalande en su famoso Vocabulario técnico y crítico
de la Filosofía y llega a la misma conclusión.12 Bajo el título “Religión”
Lalande expresa lo siguiente: “Institución social caracterizada
por una comunidad de individuos unidos por: 1) el cumplimiento de
ciertos ritos regulares y la adopción de ciertas fórmulas (rituales); 2)
la creencia en un valor absoluto, con el cual nada se puede comparar,
creencia cuyo mantenimiento es el objeto de la comunidad; y 3)
el ponerse el individuo en relación con un poder espiritual superior
al hombre, poder concebido ya sea como difuso, ya sea como múltiple,
ya sea finalmente como único, o sea Dios”.13

Es claro que el cristianismo no encaja tampoco en esta definición.
Cuando Jesús narra el Juicio universal dice que será por la
praxis del amor concreto que haya ejercido cada ser humano (Mt
25, 31-40) y nadie preguntará por ritos, sino que la medida será el
pan real que habremos dado al hambriento, el vestido al desnudo,
la compañía dada al preso, etcétera. La salvación en el cristianismo
se concibe por amores concretos y no por ritos (que se definen como
una acción cuya relación con su efecto es misteriosa, preternatural,
incontrolable). En este sentido también se excluye un sacerdocio
que se asienta en el poder de los ritos, o se reserva la exclusividad
del poder ritual. También aquí el cristianismo aparece como una
revolución laica y anticlerical. En el cristianismo verdadero ningún
problema se soluciona sustituyendo la responsabilidad de ese amor
que debe ser eficaz por una magia sagrada.

El segundo término de la definición hace referencia a la creencia,
como un conocimiento especial de lo absoluto. Y la adhesión a esa
creencia implicaría la posibilidad de acceder por un camino particular
a la divinidad, y por lo tanto, a la salvación. Pero en el cristianismo
esto tampoco es así, como ya vimos. El acceso a lo Absoluto
se da por la mediación del amor concreto a los hermanos, sin condiciones
suplementarias, misteriosas o esotéricas. A los cristianos no
se les revela un camino misterioso para acceder a Dios, diferente al
de los demás, sino el mismo y único camino del amor. Esto, en todo
caso, es una buenísima noticia (Evangelio) y quizás una mayor responsabilidad
por el hecho mismo de saberlo.

Finalmente Lalande en su definición agrega un tercer elemento
unificador (además de los ritos y las creencias o dogmas) de toda
institución religiosa: la relación –de sumisión– del hombre con res10
pecto a un poder superior. El asunto no es tanto que Dios sea efectivamente
de naturaleza superior a toda criatura, sino que debe
ejercer efectivamente esa superioridad o dominio. Pues bien, Jesús
nos revela todo lo contrario.
Nos revela que somos dueños del mundo. Que estamos en él
como en nuestra casa. Que el mundo nos fue dado en regalo para
nuestro beneficio. Que no existe un poder superior, sino una persona
a quien tenemos que llamar Padre (Gál 4, 1-7).

La revolución en el mundo religioso que provoca el cristianismo
se parece a la de Prometeo: quitarle el mundo a los dioses para
dárselo a los hombres. Pero la diferencia clave aquí es que nadie le
está quitando nada a Dios, porque es Dios mismo el que lo ha regalado.
Y volvemos a lo del principio: el Dios de Jesús es un Dios subversivo
de la religión. ¡Qué necios somos los cristianos al pretender
encerrarlo en nuestra lógica, nuestras leyes, nuestras estructuras o
en nuestras mismas iglesias! Todos nuestros esfuerzos han tendido
a domesticarlo inútilmente. Irreversiblemente Jesús abrió una crisis
en la idea común de Dios y de Religión. Quizás podamos empezar
de una vez por todas a sospechar sus consecuencias.

miércoles, marzo 08, 2006

En el "día de la mujer"

En el "día de la mujer", el más paradójico de los días comerciales (intentar poner a la mujer como una minoría a la que hay que darle un día para recordarlas), un artículo de Perico Aguirre sobre la condición femenina. La foto me pareció acorde a la temática, la saqué en Mar del Plata (Nov 2005).




LA CONDICIÓN FEMENINA


MI PASAPORTE

Habiendo decidido viajar al universo femenino, como toda persona
que prepara a conciencia su itinerario y sabe que se enfrentará a
toda suerte de imprevistos, peligros y dificultades, busqué delimitar
en el mapa los puntos de referencia que me parecieron de mayor
interés en el momento de partir. Más allá de las sorpresas y los
inevitables escollos que depara todo viaje, al tiempo que le dan ese
sabor de aventura, antes de embarcarme establecí jerarquías de
intereses y fijé sus coordenadas a partir de una referencia central.

Confieso que no me fue fácil. Pensé que ese referente podía ser el
alma de la mujer y llamar a esta aventura: Viaje al alma femenina.
Pero eso de alma no respondía plenamente al centro de mi periplo.
Podría enredarnos en la clásica dicotomía de cuerpo y alma, podría
parecer que damos prioridad a lo abstracto, desencarnado e
intemporal. Pensé, entonces, que quizás se podría titular La Venus
rota o encadenada, porque Venus ha sido desde lo inmemorial el
referente de lo femenino al llamarse así la Diosa romana del amor,
de la belleza y el erotismo, que tuvo según la leyenda un hijo con
Vulcano: Cupido. Fue amante de Marte y se enamoró de Adonis, el
bello joven con quien convivió. Además, al hacerla aparecer “rota”
en mi mapa o título, podría significar todas las desgracias a las que
ha sido y es sometida. Pero tampoco me dejaba conforme esta opción
por quedar encerrada en una cultura unidimensional. Lo femenino
va mucho más allá del amor y la belleza expresados en la diosa
Venus.

Y así estuve mucho tiempo dando vueltas y buscando ese referente
central. Finalmente pensé que la agenda prevista para la Conferencia
Internacional sobre la Mujer –Beijing, China, setiembre 1995–, me
permitía viajar entre sus diversos tópicos como si fuesen
diferentes islotes de una misma realidad: la condición femenina hoy.
Así terminé organizando la reflexión como si fuese un viaje por un
enorme archipiélago, visitando esos tan diversos tópicos, con sus
paisajes, sus coloridos diversos, sus misterios, sus grandezas y miserias.

Pero pretender viajar desde mi ser de varón al universo femenino
significa una aventura que entraña peligros de todo tipo. Desde partir
sin estar pertrechado con el equipaje y los documentos de identidad
imprescindibles, hasta pensar que efectivamente he desembarcado
en la realidad de lo femenino cuando no era más que un espejismo
en el desierto del patriarcado.

Es que ser varón en la sociedad que hoy me acuna equivale a
encontrarme, al margen de mi propia voluntad, en una posición
detentadora de poder ante la mujer. Lo que aparece normando lo
normal es la masculinidad y ello la convierte en fuente de opresión
porque quiere hacer creer que ella estuvo simplemente allí, como
algo dado. Lo curioso es que en la medida en que los hombres vivimos
la versión dominante de la masculinidad permanecemos atrapados
en estructuras que fijan y limitan ese concepto opresor y alienante
de masculinidad no sólo de la mujer sino del varón mismo. El
macho juega su papel histórico y sólo cabe la esperanza de que sea
rescatado un día de esa hipermasculinidad hegemónica. El rescate,
estoy convencido, sólo podrá venir, al menos inicialmente, de la mujer.

No tengo otras credenciales para reflexionar sobre lo femenino
que las que tendría para hacerlo sobre cualquier aspecto del ser
humano, el ser negro, o asiático, rico o pobre. Porque sin ser mujer,
ni negro ni asiático, soy humano. Allí comulgo con lo que de humano
hay en cada uno de esos continentes.

Pero respecto de lo femenino creo que puedo incluir alguna credencial
más. Me refiero a aquello que decía Jean Paul Sartre: “Yo he
estado siempre rodeado de mujeres: mi madre, mi abuela, eran quienes
se ocupaban de mí en los primeros años. Después, como estudiante
y profesor, estuve rodeado de adolescentes. De manera que
el de las mujeres era un poco mi medio natural y siempre he pensado
que había en mí como una especie de mujer”.

De todos modos soy consciente que nunca me será fácil encarar
la realidad de la mujer. Las relaciones entre ambos necesariamente
reflejarán algo de la óptica particular de la cultura patriarcal y machista
en la que estoy inmerso y los conflictos que la misma introduce
fatalmente en esa relación. Es evidente que accedo a lo real –a
lo femenino– con unos ojos (o anteojos) que no están esterilizados ni
son neutros. Mi visión siempre es heredera de mi cultura y de mi
pasado. Además está impregnada de juicios previos (de prejuicios)
que condicionan mi acceso a lo nuevo, a lo desconocido. Conocer
una realidad será siempre interpretar en contra o a favor de esos
conocimientos o prejuicios. Advierto que mi viaje al alma femenina
nunca será con ojos desnudos, sino dentro de mi estructura previa,
y siempre será aproximativo.

Fue Sartre también quien nos previno que siempre, al principio,
las relaciones entre el hombre y la mujer se toman como algo dado,
que el vínculo aparece como natural y que en realidad no apreciamos
verdaderamente el problema tal cual se presenta. “Esto me
hace pensar –decía el autor de Los caminos de la libertad– en aquello
que acontecía en la democracia griega donde la esclavitud no era
percibida. Me parece que en los siglos futuros, se verá con igual
asombro la manera como las mujeres son tratadas hoy en nuestra
sociedad, asemejándose a la forma como vemos ahora al fenómeno
de la esclavitud en la sociedad griega.”

Oriana Fallaci aludía a esta invisibilidad del problema diciendo:
“como cualquiera que no recuerda tener orejas porque cada mañana
se las encuentra en su sitio, y únicamente cuando padece otitis
advierte su existencia, se me ocurrió que los problemas fundamentales
del hombre nacen de cuestiones económicas, raciales, sociales;
pero los problemas fundamentales de la mujer nacen también y
muy especialmente de esto: el hecho de ser mujer”.

Cuando Simone de Beauvoir acuñó la expresión de que la mujer
se vuelve mujer bajo la mirada del varón en realidad también estaba
afirmando, en su circularidad dialéctica, que también el varón se
vuelve varón bajo la mirada de la mujer. Apostemos a que cada uno
se descubre a sí mismo gracias al otro, en plena reciprocidad. Entonces
no cabe decir que el ser humano tiene sexo, sino que es un
ser sexuado, y que el varón y la mujer sólo existen realmente en su
alteridad. Considerarlos por separado es volver inaccesible su comprensión
y su realidad.

Legitimo mi viaje al universo femenino en la apuesta de que “primero
es el encuentro, y este encuentro no es el de dos conciencias
neutras y desencarnadas, ni el de dos temperamentos, ni el de dos
cuerpos, ni el de dos espíritus, sino el de un varón con una mujer,
un encuentro humano que se realiza en una historia y en una cultura,
favorecido a su vez por la historia y la cultura necesarias a su
aparición”.1

Pienso que es sincero reconocer que no sabemos, en función del
aporte de las ciencias, qué es ser varón o mujer, y “esta ignorancia
no tiene nada que ver con la pereza mental, ya que se ha recorrido
de hecho toda la trayectoria científica; es más bien el testimonio de
que nuestro acceso a lo real mediante el instrumental científico no
logra descifrar todo lo real; hace un corte en lo real, lo elabora como
conocimiento, dejando abierto lo real sin ceñirlo dentro del conocimiento,
como misterio que está siempre más allá de otros accesos
cognoscitivos. Lo que sabemos termina siempre en algo que ignoramos,
capaz de ser interrogado, continuamente abierto. El varón y la
mujer no se agotan en la ciencia que tenemos de ellos; continúan
siendo una pregunta... (Además) masculino no es sinónimo de varón,
ya que puede haber masculinidad fuera del varón, o sea, en la
mujer. Y femenino no es lo mismo que mujer, ya que puede haber
femineidad en el varón (...) La identificación masculino-varón y femenino-
mujer ha traído consigo numerosas discriminaciones y una
comprensión de las relaciones y de la complementaridad varón-mujer
en un sentido exterior, objetivamente y casi cosista”.

Lo femenino no será una entidad en sí misma, sino una dimensión
de lo humano, su alma. Pedro Caba afirmaba algo más radical
aun, que hay sexos (masculino/femenino) en el alma, antes que los
haya en el cuerpo. Es que a la sexualidad no le conviene tanto el
verbo tener como el verbo ser. Más que tener sexo, somos y nos
sentimos sexuados, el sexo no es algo que la persona tiene, sino que
simplemente es.

Tanto la femineidad como la virilidad están presentes en cada
ser humano. Existe un halo femenino en todo ser masculino, como
una presencia, una virtualidad viril en la mujer. Esto se aprecia en
las investigaciones psicológicas de Jung. Tan es así que la persona
puede decirse plenamente humana, como varón o mujer, en la medida
en que haya llegado a armonizar en su interior esos dos componentes.
“Hoy podemos decir, sin temor a equivocarnos, que entre
el varón y la mujer no hay diferencia de calidad sino de estructura.
Esta diferencia estructural es psicofísica pero tiene la característica
que en lugar de hacer del varón y de la mujer realidades separadas,
encerradas en sí mismas, proyecta a ambos en una abertura y mutua
acogida, una mutua interrogación y respuesta. El varón lleva en
sí ese arquetipo y componente femenino innato que desde Jung se
llama anima; la mujer, por su lado, lleva el componente masculino
que se llama animus. Esos dos arquetipos se invocan mutuamente
en un anhelo de unión íntima y profunda (...) Cada uno (varón o
mujer) es al mismo tiempo, aunque sobre articulaciones diferentes,
masculino y femenino. El varón no es la mujer pero tiene una dimensión
femenina; la mujer no es el varón pero, asimismo, tiene
una dimensión masculina en su alma. En el diálogo, en la acepta10
ción e integración de estas dos dimensiones mencionadas dentro de
cada uno, la persona humana crece y madura.”

Aclarado esto, antes de comenzar el viaje, nunca está demás aludir
a Freud cuando dijo –citando a Frazer– que su obra jamás podría
considerarse culminada. Picasso indicaba algo parecido refiriéndose
a su pintura: “Un cuadro jamás podrá está terminado. ¿Está
terminado acaso el canto de un pájaro?”. Lo que digamos aquí debe
ser considerado sólo como un inconcluso viaje que pretende ir visitando
o hacer escalas en una multiplicidad de realidades femeninas
aún no del todo bien exploradas. Algunas aparecerán a los ojos del
viajero como asombrosas, otras decididamente aberrantes, las más
exigiendo un “visado” para entrar. Haremos escalas en esas realidades
como si fueran las de un mapa. Algunas escalas serán en “países”
relativamente importantes o grandes como un continente, otras
serán en pequeñas “islas”. No pocas serán en realidades equivalentes
a los países modernos e industrializados en el mapa y otras
serán escalas en realidades que equivalen a países insignificantes,
muy pobres y de culturas muy diferentes a la nuestra.

Nos introduciremos en cada escala con los ojos del viajero que
quiere aprender, que anota en su carné de ruta todo aquello que le
merece un recuerdo, un asombro, una reflexión. Anotaciones quizás
pasajeras y apuradas, pero siempre significativas para uno. Finalmente
el lector se encontrará con eso, un simple carné de ruta
con observaciones que reflejan una visión particular, la de un viajero
que quiso visitar y ser sensible al mundo actual de lo femenino.
Como todo carné de viaje, será provisorio, con reflexiones y anotaciones
más o menos pertinentes, más o menos perecederas. En todo
caso, siempre invitando a ser verificadas en nuevas visitas a esos
mismos lugares. Eso sí, con la convicción de quien, terminado el
viaje, ya no pudo quedar igual a como era y se sentía cuando se
dispuso a partir.

Escala en

LOS DERECHOS DE LAS HUMANAS

Si dejamos atrás el territorio de la violencia y el miedo en nuestro
viaje hacia el corazón de lo femenino y sus derechos, tendremos que
hacer un enorme recorrido y llegar prácticamente hasta nuestros
días para descubrir un nuevo interés, aunque no traducido todavía
efectivamente en la práctica de los pueblos, por promover la dignidad
y los derechos de las mujeres. Las Naciones Unidas empezaron
desde su fundación a sensibilizar y advertir a sus Estados miembros
sobre la inadmisible situación de inferioridad de la mujer, cosa
que contradecía de manera flagrante la Carta y la Declaración Universal
de los Derechos Humanos.

La mayor parte de esa tarea recayó sobre la Comisión para la
condición de la mujer establecida a tales efectos. Desde que fue creada
en 1946 se dedicó a la formulación de principios, que luego fueron
redactados en forma de proyectos de Convenciones y que finalmente
fueron adoptados por la Asamblea General. Estos principios se
aplican en los cuatro sectores más cruciales de la desigualdad y la
discriminación de las mujeres: la educación, el empleo, el derecho
civil y religioso y las instancias de decisión. Ello hizo que varios
órganos del sistema de las Naciones Unidas hayan contribuido de
manera indudable en la promoción de los derechos de la mujer. En
el campo de la educación y el trabajo, la OIT y la UNESCO participaron
activamente en Convenciones Internacionales contra la discriminación.

Fruto de todo este proceso fue la aprobación de la Convención
sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la
mujer, aprobada por la Asamblea General el 18 de diciembre de 1979.
Más de cien Estados miembros de la ONU la han ratificado con fecha
8 de noviembre de 1981. Si es evidente que la aprobación de esta
Convención y su ratificación establecen formas jurídicas obligatorias,
también es claro que estamos aún lejos de que el derecho de
las mujeres sea aceptado en la enorme mayoría de los Estados tal
como lo estipula dicha Convención.

La desigualdad y la opresión que sufren las mujeres en todas
partes sigue siendo de raigambre muy profunda y siguen comprometiendo
a toda la humanidad y prácticamente a casi todas las
culturas existentes en el planeta. Esto tiene que ver con el funcionamiento
general del sistema y con la organización patriarcal de la
sociedad. La mujer sigue siendo “invisible” reproductora cotidiana,
doméstica y generacional de la mayor fuerza de trabajo en el mundo
y de su socialización. Este hecho permite la mayor liberación de la
mano de obra masculina para conducir y explotar a la mujer en el
aparato productivo mundial.

Cabe entonces preguntarse por qué, con qué fundamento, las
desigualdades entre los derechos de los varones y de las mujeres
han sido defendidas y justificadas a lo largo de la historia. Parecería
que no hay duda que esto se hizo apelando a las diferencias siempre
entendidas como “naturales” entre los sexos. No es difícil rastrear
en la historia el argumento “naturalista” que justificó todo tipo de
discriminaciones. La capacidad de parir de la mujer ha sido
culturalmente interpretada como la función “natural” por excelencia
de la mujer, lo definitor io de lo femenino. Esa concepción luego
se extendió al papel social de “ama de casa”. El argumento ha sido
suficientemente fuerte y permanente como para tener a las mujeres
esclavizadas a su biología en la abrumadora mayoría de las culturas.
Porque son capaces de parir y amamantar, las mujeres fueron
confinadas al ámbito doméstico, privado, volcadas a los trabajos
del hogar, al cuidado infantil y sometidas a los varones.

La casa familiar terminó por constituirse en el lugar de trabajo
“natural” de las mujeres, donde ellas hacen gratis y de manera “invisible”
para el sistema económico y social, la casi totalidad del trabajo
de atención y cuidado humano de los hijos y del compañero
varón. También el cuidado de los ancianos, los enfermos, los inválidos
y los minusválidos pertenece a la esfera doméstica, o sea, es
responsabilidad prioritaria de las mujeres. Por más que se sostenga
que las mujeres tienen los mismos derechos que los varones, que
no son admisibles las discriminaciones de sexo, esta división del
trabajo fatalmente ubica “naturalmente” a las mujeres en el ámbito
doméstico y privado, forzándolas a la doble jornada y haciéndolas
responsables de la familia y teniendo que aceptar la discriminación
como algo “natural”.

La actual estructura de la institución matrimonial en la mayoría
de las culturas atenta contra la igualdad y la no discriminación de
la mujer. Ella no puede pretender ser una ciudadana activa, con
plenos derechos y poderes, mientras siga siendo una esposa sometida
a las tareas “naturales” y domésticas no compartidas por su
compañero.

Ante esta situación se vuelve imperioso transformar el concepto
de derechos humanos desde una perspectiva de género, de manera
que considere realmente las vidas de las mujeres. A este respecto, la
coalición de mujeres Gabriela de Filipinas, lanzó en 1990 una campaña
con esta preocupación, y declaró de manera ingeniosa que:
“¡Los derechos de las Mujeres son derechos Humanos!” Según explicaba
Ninotchka Rosca, los miembros de la coalición consideraron
que “los derechos humanos no pueden ser reducidos a un asunto
de proceso legal y de derecho. En el caso de las mujeres, los derechos
humanos son afectados por la percepción tradicional de la sociedad
en su conjunto, de lo que es propio o no es propio para las
mujeres”.

El eslogan de la campaña a primera vista puede parecer ridículo
y redundante, pero tiene la sutileza de confrontar al mismo tiempo
dos falacias del discurso internacional en derechos humanos: 1.
que no todos los derechos de la mujer están reconocidos como derechos
humanos y 2. como consecuencia, no todas las violaciones de
los derechos humanos están reconocidas como tales.

Si en el sistema de Naciones Unidas hablamos de derechos humanos
universales, esa universalidad debería implicar que los derechos,
necesidades y perspectivas de las mujeres están fundamentalmente
integrados y que esos derechos se aplican igualmente a
cualquier persona, sin importar su sexo, etnia, cultura, raza o religión.
Pero desgraciadamente en realidad no es así. Y ello aparece
claro cuando seguimos pensando que los derechos o necesidades
de las mujeres son algo para ser “agregado” al resto de los derechos
“humanos” (de los varones, claro).

Como primera evidencia de esto tenemos la historia. Por el hecho
de nacer, decía la Declaración de los Derechos de Virginia en 1776,
todas las personas tienen Derechos Humanos. Lo mismo se afirmaba
en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
de 1789. Pero lo curioso es que ninguno de esos documentos incluía
a las mujeres, cuestión que quedó bien evidenciada con la
ejecución en la guillotina el 7 de noviembre de 1793 de Olimpia de
Gouges, quien con su testimonio de vida y una obra teatral clave, al
redactar la Declaración Francesa de los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana, fue relegada a la ignominia del patíbulo y el oprobio por
el delito de haber “olvidado las virtudes de su sexo para mezclarse
en los asuntos de la República”, como afirmó el procurador
Chaumette al anunciar contra ella la pena de muerte por petición
de Robespierre.

No cabe duda que hasta hoy día a escala mundial las mujeres,
por el mero hecho de serlo, sufren diariamente las consecuencias
de la discriminación a su rol femenino y son puestas en un estatus
inferior al del varón. Ello se produce por una combinación de elementos
sociales y culturales que incluye prácticas discriminatorias
sistemáticas apoyadas en leyes y normas sociales que les son adversas
a las mujeres, sistemas religiosos y políticas económicas que
las dejan en situaciones de desvalorización. Por supuesto que ello
no se impone y mantiene así sin violencia. Para lograr esta situación
a las mujeres se les somete con violencia inaudita que forma
parte de su cotidianidad. Se les pega, se les viola, se abusa de ellas
moral y sexualmente, se les mutila. Pero como esas violaciones a
sus derechos humanos son generalmente perpetrados en un ámbito
doméstico y familiar, no son percibidas como violaciones a los
Derechos Humanos.

Para salir al paso de esta dramática situación se llegó a la aprobación
de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer, que es una suerte de Declaración de
los Derechos Humanos de las Mujeres. Allí, en su artículo 1º, se
afirma que “toda distinción, exclusión o restricción basada en el
sexo, que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el
reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente
de su estado civil, sobre la base de la igualdad del hombre y la
mujer, de los Derechos Humanos y las libertades fundamentales en
las esferas política, económica, social, cultural, civil o en cualquier
otra esfera”, implica la violación a los Derechos Humanos de las
mujeres.

Se tuvo que llegar a esta Convención porque las mujeres en la
abrumadora mayoría de los casos no son sometidas a discriminación
y abuso en cuanto seres humanos sino en función precisamente
de su sexo. Ese abuso en función del sexo ha sido siempre algo
invisible a los sistemas jurídicos y a ello no escaparon las
formulaciones de derechos humanos por más que las mismas hayan
llegado a ser una de las pocas visiones éticas aceptadas
internacionalmente. No por casualidad Eleanor Roosevelt y muchas
otras mujeres lucharon por la inclusión del sexo en la Declaración
Universal y por su aprobación, pidiendo que en ella se trataran los
problemas de la subordinación femenina. Ellas sabían que el sexismo
mata diariamente a muchas mujeres y que el ser mujer implica un
verdadero riesgo de vida en innúmeras ocasiones.

La subordinación de la mujer está tan arraigada en la conciencia
colectiva que todavía se le considera como algo “natural” o inevitable.
Por eso, la batalla por los derechos humanos de las mujeres
actualmente se está librando en un territorio físico, en el mismo
cuerpo de las mujeres. En este sentido la Convención establece una
verdadera agenda de derechos humanos para la mujer que podría
significar, de ser puesta en práctica y respetada, un paso adelante
significativo. Pero para quienes nos movemos en estos ámbitos dicha
Convención todavía no ha tenido el “mordiente” necesario para
significar un verdadero avance. Basta ver la dificultad que enfrenta
el Comité para la eliminación de la discriminación en contra de la
mujer para lograr que los Estados miembros la traten como un documento
explícitamente referido a los derechos de la mujer y no a
los derechos humanos en general.

Superar este cuello de botella implicaría transformar el concepto
que todos tenemos de derechos humanos y para eso deberíamos
adoptar, varones y mujeres, una perspectiva de género femenino.
Ello nos permitiría descubrir cómo se relacionan los derechos de la
mujer con los derechos humanos en general. Nos mostraría cómo el
concepto de derechos humanos puede ser adaptado o modificado
para que responda mejor al problema de la mujer.

Si cuando decimos derechos humanos, nos preguntásemos qué
es lo primero que imaginamos, seguramente coincidiríamos en que
imaginamos ciertas violaciones a ciertas libertades políticas como
las de reunión y expresión, a las torturas y a las desapariciones
forzadas. Más dificultad tendríamos en imaginar como violación a
los derechos humanos el acoso sexual de que son víctimas las mujeres
de todas las edades y culturas, razas y clases sociales, o el no
ser contempladas en sus derechos reproductivos, o ser degradadas
a “objeto sexual” en los medios masivos de comunicación por la
deshumanización de su imagen femenina para el interés de los varones.
No relacionamos esos hechos con una violación a los derechos
humanos porque en realidad sólo se ejercen contra mujeres (y
sus derechos).

Ya dijimos que quien se beneficia y se refuerza con la objetivación,
explotación y apropiación del cuerpo femenino es el patriarcado (el
varón como modelo prototípico de lo humano). “Es por ello que el
Derecho de los Derechos Humanos, a pesar de estar concebido y
enfocado desde la perspectiva masculina únicamente, es percibido
como ‘universal’, ‘válido para todos’ o ‘neutral en términos de género’.
La victimización de la mujer en su larga subordinación al hombre
no es concebida como una victimización de un ser humano,
porque ‘ser humano’ es sinónimo de ‘hombre’ que a su vez es sinónimo
de ‘varón’.”

Lo que sucede es que mientras en teoría todos tenemos claro que
los Derechos Humanos son inherentes al ser humano, los derechos
de las mujeres se nos aparecen como otro tipo o clase de derechos,
de una categoría diferente a los contemplados en la Declaración
Universal. Entonces urge, para superar esta situación intolerable,
dar una perspectiva de género a los Derechos Humanos. No se trata
de “agregar” a los ya establecidos una nueva lista de derechos relativos
a la mujer, sino de intentar reconceptualizar la actual teoría y
práctica de los Derechos Humanos desde una perspectiva de género
femenino, que cuestione la actual, porque tiene como parámetro y
paradigma a lo masculino.

La nueva visión no debería plantear lo opuesto, lo femenino como
patrón, sino una visión que desde las mujeres no aparezca como
única, sino que sirva para hacer visible lo actualmente invisible, la
experiencia femenina. Así se lograría una visión más integral del
género humano. Y todos ganaremos porque habremos redefinido lo
“humano” de una manera nueva y mucho más justa. Lograríamos
finalmente entender una igualdad de género en la diferencia. El
paradigma ya no sería ni el varón ni la mujer, sino todos los seres
humanos.

“La visión de género no se reduce a incluir la perspectiva de sólo
un sector de mujeres, o sólo una clase de mujeres, sino que implica
la inclusión de la visión de todos los seres humanos. En ello consiste
la gran diferencia entre un concepto androcéntrico de los Derechos
Humanos y un concepto con perspectiva de género de los Derechos
Humanos. A lo largo de la Historia, diferentes razas y clases
de hombres se han proclamado el paradigma de lo humano y han
tratado de imponer su visión y sus necesidades al resto. (...)Concebimos
la igualdad como el respeto y reconocimiento de las diferencias,
no como la posibilidad de ser iguales a... ‘el paradigma de lo
humano’.”

En realidad no habría motivo teóricamente para concebir los derechos
humanos de la mujer como una especie nueva de derechos
humanos. La Carta de las Naciones Unidas tiene, como uno de los
propósitos básicos de la Organización, el desarrollo y estímulo del
“(...)respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales
de todos sin hacer distinción por motivos de (...)sexo” (Artículo
1,3). También la Declaración Universal de Derechos Humanos garantiza
el derecho de toda persona a no ser discriminada entre otros
motivos, en razón del sexo y estas garantías fueron posteriormente
reiteradas específicamente en forma de Tratados. El Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos señala de manera expresa:
“Todas las personas son iguales ante la ley y tienen derecho sin
discriminación a igual protección de la ley. A este respecto, la ley
prohibirá toda discriminación y garantizará a todas las personas
protección igual y efectiva contra cualquier discriminación por motivos
de (...)sexo” (Artículo 26).

Pero la realidad no siempre coincide con la teoría, y la doctrina
de los Derechos Humanos, como cualquier realidad que implica a la
vida humana, no es fácil de objetivar. El concepto de Derechos Humanos
no nace de una teoría o de una necesidad “objetiva”, exterior
a la experiencia concreta de los hombres de carne y hueso, inmersos
en una determinada cultura, con sus teorías, valores, ideologías,
historia, etcétera. Esos seres humanos, como no podría ser de otra
manera, tienen sexo, raza, preferencia sexual, e inevitablemente
abordan la realidad desde ellos. Por eso decimos, y la historia nos
da la razón, que no existen derechos objetivos a priori. Todos nacen
a favor de sutiles favores de grupo y privilegian ciertos enfoques que
no siempre hacen justicia a la realidad.

De acuerdo con la actual doctrina internacional de derechos
humanos, los derechos reproductivos, los derechos de las mujeres
de tomar decisiones acerca de su comportamiento reproductivo, están
estrechamente relacionados con unas condiciones que generalmente
no se atienden desde la óptica del varón. Porque esas condiciones
se vinculan primariamente con el cuerpo de la mujer y su comportamiento.
Los métodos y servicios de planificación familiar deben
ser de fácil acceso y disponibilidad. Implican instrumentar una verdadera
educación de las mujeres para que tomen sus decisiones a
conciencia y articular una buena calidad en la información,
adecuando los programas a los valores culturales regionales, a la
idiosincrasia de cada mujer, a sus condiciones de vida familiares,
tanto económicas como laborales. Es un derecho exigible también
el buen trato por parte de los prestadores de esos servicios.

El tema de los derechos reproductivos afecta y refleja siempre
muy complejas interacciones de la situación de cada mujer y de las
relaciones de poder entre ambos sexos, el contexto social, religioso
y político. “La capacidad de las mujeres de aprovechar la información
y los servicios de regulación de la fecundidad se ve afectada, en
gran medida, por las actitudes de ‘su’ hombre hacia la planificación
familiar. Uno de los textos más importantes, diríamos clave, para el
propósito de eliminar la discriminación contra la mujer y para asegurar
su derecho humano a planificar, es el artículo 16 de la Convención
que dice: Los Estados partes adoptarán todas las medidas
adecuadas para eliminar la discriminación contra la mujer en todos
los asuntos relacionados con el matrimonio y las relaciones familiares,
y en particular, asegurarán, en condiciones de igualdad entre
hombres y mujeres: ...los mismos derechos a decidir libre y responsablemente
el número de sus hijos y el intervalo entre los nacimientos
y a tener acceso a la información, la educación y los medios que
les permitan ejercer estos derechos.”

Aunque esta afirmación parezca obvia, cabe recordarla porque
en la gran mayoría de las culturas actuales el hombre sigue creyendo
que por el sólo hecho de estar unido o casado con una mujer, la
sexualidad de ella le pertenece, es una especie de prolongación suya,
de propiedad privada. Entonces no pocas veces las mujeres que
pretenden tomar alguna decisión sobre sus derechos reproductivos
son sometidas a humillaciones, al terror o a actos violentos por parte
de sus parejas. No son infrecuentes los casos que aparecen en las
clínicas de planificación familiar “como el de la mujer que nos dice
que le pongamos el DIU para que su marido no sepa que está planificando,
o la que ‘escoge’ la esterilización para no tener más preocupaciones,
y resolver el problema de una vez por todas”.

No puede extrañar que los Derechos Humanos se hayan encuadrado
siempre en una visión androcéntrica, a partir de la visión de
la realidad que tiene el varón. No es de extrañar entonces que la
normativa elaborada alrededor de las declaraciones peque también
de un sustento filosófico andrógino. Lo que han pensado las mujeres,
cuando no lo hicieron a través de la mente de los varones, pocas
veces fue tenido en cuenta a pesar de que su realidad de mujer
fuera esencial en la vida del planeta.

Las mujeres que trabajan en el tema de los derechos humanos
hoy procuran que la perspectiva de género esté incluida en una
reelaboración de la Declaración Universal de manera que contribuya
al mejoramiento no sólo de la situación de las mujeres sino de la
sociedad en su conjunto. “Creemos que esta propuesta de reconstruir
la existente Declaración de 1948 es más cercana a la idea de
trabajar sobre la reconceptualización global de los derechos humanos.
Deseamos, sin embargo, resaltar que esta posición no debilita
nuestro reconocimiento de otras múltiples iniciativas, que anteriormente
permitieron visibilizar la problemática femenina”, expresa la
introducción del documento “Propuesta para una Declaración Uni
versal de los Derechos Humanos desde una perspectiva de Género”
elaborado por el Comité Latinoamericano y del Caribe para la Defensa
de los Derechos de las Mujeres (CLADEM), a ser presentado a
la Conferencia Mundial de Beijing.

Entre los derechos desde la perspectiva de género, que no están
enfatizados en la Declaración Universal, incluyen entre otros por
ejemplo: el derecho al libre desarrollo y disfrute de su propia sexualidad,
a la propia identidad y a la autodeterminación sexual y emocional.
Se afirma que todas las personas tienen derecho a su orientación
sexual, que incluye la decisión o no de tomar un compañero
o compañera emocional y/o sexual que pertenezca al mismo o diferente
sexo. Se afirma también que todas las mujeres y hombres
tienen derecho y plena potestad para decidir con autonomía sobre
sus funciones reproductivas, que deben ser garantizadas. Tales derechos
incluyen, pero no restringen, el acceso a los servicios de
salud, maternidad y paternidad libre y voluntaria, planificación familiar,
vida libre de violencia en el ejercicio de la sexualidad y, en
especial, del embarazo, etcétera. Nadie deberá ser sometido a ninguna
forma de violencia, intimidación, amenaza, acoso o agresión
sexual, violación, incesto, maltrato físico o psicológico, prostitución,
tortura física o psicológica, etcétera. Todo trabajo de las mujeres
debe ser reconocido materialmente por la sociedad, incluyendo principalmente
aquellos resultantes de la maternidad y la familia. Toda
discriminación en razón de sexo en el mercado laboral formal o informal,
en las actividades estacionales, así como en el trabajo voluntario
debe ser eliminada... Toda persona tiene derecho a una educación no
sexista, que tenga por objetivos el pleno y completo desarrollo del ser
humano con una conciencia científica, crítica y humanista que desarrolle
la personalidad y el sentido de la dignidad.

En este intento de reformulación de los derechos humanos contemplando
la situación y desde la óptica de la mujer podemos apreciar
cuán segregadas han sido en las decisiones históricas de la
humanidad. La mujer es historia, pero no se le ha permitido conocer
su historia ni interpretarla. Siempre las mujeres estuvieron privadas
hasta del derecho a conocer cuáles fueron los aportes de sus
ancestras. Lo que han pensado y dicho los varones sobre las mujeres
en la historia más vale no mentarlo aquí. Atrás dejaremos tranquilo
a Aristóteles con su Historia de los animales afirmando que el
hombre es superior a la mujer porque es más completo y perfecto:
“la naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer hombres”.
Y atrás quedará también Confucio afirmando que “el marido tiene
derecho a matar a su mujer. Cuando una mujer queda viuda debe
cometer suicidio como prueba de su castidad”. No hay duda que el
desarrollo del pensamiento histórico es androcéntrico y el discurso
sobre los Derechos Humanos está envuelto en ese pensamiento.

No será extraño entonces que “si el contenido que cada época le
da a los derechos humanos está relacionado con el desarrollo histórico
del pensamiento masculino, que no humano, lo que vamos a
entender por violación a los derechos humanos es, en parte, lo que
a través de la historia se nos ha dicho es una violación a esos derechos
humanos. (...)El sólo hecho de que existan organismos especializados
para tratar la condición de la mujer es un indicio de que
los derechos humanos no están pensados desde una concepción del
ser humano, sino desde una concepción del hombre/varón”.

Nacer mujer es todavía hoy nacer violada en al menos dos derechos
humanos fundamentales: el derecho a la igualdad y el derecho
a la libertad respecto del varón. Ellos usan del cuerpo y los afectos
de la mujer como propiedad mientras nadie los nombra en el terreno
de los derechos humanos. Esos afectos y la capacidad de entrega
emocional hace muy vulnerable a las mujeres al dolor, a la manipulación,
a la violencia (generalmente por proteger a los hijos), al temor
por los seres queridos.

Terminamos esta escala del viaje asombrados de que en este sentido
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos no se
mencionen ni defiendan los “derechos afectivos y emotivos” de los
seres humanos, quizás porque ella fue elaborada por varones. Parecería
que el concepto de “persona”, presente en dicha Declaración,
no incluye la necesidad del derecho al afecto y del respeto a los
mismos. Habrá que seguir luchado para cambiar la óptica y el accionar
de las organizaciones de Derechos Humanos, especialmente
las que operan dentro del sistema de las Naciones Unidas. Habrá
que integrar a los Derechos Humanos una perspectiva de género
que incluya siempre a la mujer y que desde el arranque tenga presente
que la mujer es diferente del varón, tan diferente como lo es el
varón de la mujer.


PUERTO DE LLEGADA

Se estila terminar unas apuradas anotaciones en el carné de
viaje como éstas hablando de la esperanza. La de volver un día a
reconocer los lugares visitados, la de poder reencontrar los rincones
y las cosas cambiadas y renovadas en un futuro próximo. La esperanza
siempre alude a profundo compromiso con la vida, el polvo en
los pies del camino recorrido nos susurra que ahora le corresponde
el turno a la mujer intentar realizar aquello en que los varones hemos
fracasado porque llevamos este planeta hasta el borde del abismo
arrastrando en esa inútil pasión a millones de vidas femeninas.
A ellas les toca asumir ahora el rol de la esperanza, construir en la
ternura, transformar sin olvidar los sentimientos.

Terminamos reconociendo con humildad que desde los albores
de nuestra conciencia nos estuvieron educando y contando fábulas
y fantasías acerca de la mujer y del alma femenina. Ella dormía un
largo sueño hasta que llegaba un varón, un príncipe, muy buen
mozo y valiente, que la descubría con su halo de hermosura y que
tocándola con su varita mágica hacía que ella empezara a vivir...
para el varón. “Y se casaban y eran felices y comían perdices”... Pero
resulta que este viaje se termina, que ya nunca podrá reiterarse
porque la mujer está despertando de otra manera y ha empezado a
preguntarse muchas cosas. Y en el mismo acto de preguntarse esa
historia ya no podrá ser la misma. Por eso rescato las preguntas de
una mujer adolescente, María Ucedo, mientras cursaba 5º Año en el
Instituto Manuel Dorrego de Buenos Aires hace apenas unos años:

¿Qué pasa si un día
a Caperucita se la come el lobo
y a la Cenicienta no le entra el zapatito
y a Blancanieves la envenenan con una manzana
y no se despierta más...?
¿Qué pasa si se acaban los cuentos de hadas
y nos empiezan a contar
que acá no existen ni capas
ni coronas de oro
ni tronos
ni abuelas con pastelitos
ni varitas mágicas
ni caperucitas con flores,
y que los vestidos de seda son para tres o cuatro
y los zapatitos de cristal también?
Y nos empiezan a contar
–o mejor dicho–
nos damos cuenta de que sí
que el lobo existe
y que es verdad que tiene una boca bastante grande
o lo suficiente
como para comernos
y que también es verdad que el lobo
usa zapatitos de cristal y vestidos de seda.

miércoles, febrero 15, 2006

Los rios abiertos de américa latina

Performance realizada durante "El grito del caladero", actividad por los derechos de los pescadores de Mar del Plata. Noviembre 2005
(probando subir fotos desde flickr, http://flickr.com/photos/sorgin)

martes, febrero 07, 2006

El consumismo como opio de la sociedad


En "La sociedad global", de Chomsky y Dietrich, éste último afirma que "el consumismo es el opio de la clase media, así como la TV es el opio de la clase baja" (medición según poder adquisitivo). En lo que respecta a la clase media estoy completamente de acuerdo, el vicio de las tarjetas de credito es buen reflejo de ello. No estoy completamente de acuerdo con lo de la clase baja, manteniendo la metáfora yo diría que la TV vendría a ser algo así como la pipa por la cual la clase baja fuma el opio del consumismo. Vivimos en una sociedad en la que el poder de consumo es visto como sinónimo de status, "quién más consume es porque es más exitoso", y como enfermedad social sus síntomas varían segun el sector afectado. En la clase media puede ser el "sueño del 0km, la casa propia etc." pero de la misma forma en las clases más bajas puede ser "los nike, el equipo de audio, la TV gigantezca etc.". Sea consumiendo en ferias, shoppings, o donde sea todos son víctimas del consumismo, inclusive los planchas que sí o sí tienen que tener sus buenas bases nike si quieren ser respetados por sus amigos. Los planchas también son víctimas, todos somos víctimas y victimarios a la vez al estar inmersos en ésta enferma sociedad.
Por eso queridos lectores les pido que recen éste padre nuestro:

“Dolar nuestro que estás en los cielos, santificada sea tu tenencia. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el shopping, también sobre la feria. Danos hoy nuestra compra para este día; y perdónanos nuestras deudas, como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos metas en la tentación del ahorro, sino líbranos del reciclaje y el anticonsumismo.”

Caricias

"Lo acariciado no es tocado, hablando con propiedad. No es lo aterciopelado ni la tibieza de esa mano dada en el contacto lo que la caricia busca. Es esa búsqueda de la caricia lo que constituye su esencia, por el hecho de que la caricia no sabe lo que busca. Este "no saber", este desarreglo fundamental es lo esencial en ella. Es como un juego con algo que se sustrae, y un juego absolutamente sin proyecto ni plan, no con lo que puede llegar a ser nuestro y nosotros, sino con algo otro, siempre otro, siempre inaccesible, siempre por-venir. Y la caricia es la espera de ese porvenir puro sin contenido".

De "Le temps el láutre", Emmanuel Lévinas

domingo, enero 29, 2006

Interrogantes


Solo unas preguntas respecto a las plantas de celulosa: ¿Cuando fue que el Banco Mundial pasó a ser una buena organización cuyos informes de impacto ambiental se preocupan por la salud de la gente?, ¿porque ahora el gobierno y el Pit-Cnt se respaldan en sus informes?, ¿que pasó con lo que decía Zelmar Michelini de romper con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional? ¿acaso Zelmar dejó de ser lider histórico y fundador del FA?